En
la prospección que hicimos el técnico de la CAM y yo,
en las inmediaciones de la Calle del Alcalde de Móstoles, en
terrenos que habían sido campos de labor y estaban en proceso
de urbanización, en lo que hoy es Calle de las Margaritas, en
un desmonte, vimos, lo que era como un corte de un pozo redondeado,
de un metro de profundidad aproximadamente, que por el color y el contenido
se diferenciaba del resto, nos pareció un fondo de cabaña,
contenía piezas inconexas de fragmentos de huesos, de piedras,
de sílex, de cerámicas y de tierra negra. Nadie hizo nada
y aquello ha desaparecido. A mí me valió la experiencia,
par intentar descifrar el misterio de los FONDOS DE CABAÑA, había
leído en numerosas ocasiones que su significado no estaba claro.
En épocas prehistóricas desplazarse a buscar el sílex
a una distancia, de 50 Km. o más, para el caso de Móstoles,
sin animales para el acarreo, era una aventura que podía costar
la vida a los miembros de la familia destinados a tal efecto, otra parte
de los miembros continuaría con la caza y recolección
de vegetales, necesarios para la supervivencia, por ello no seria ilógico
suponer que habría grupos destinados al comercio del preciado
elemento que se cambiaria por comida, pieles etc. (en 1871, cuando Stanley
con un gran equipo, se dirigió, al lago Tanganica, en África,
en busca de Livingstone, recorría unos 4 ó 5 Kms. diarios).
Tan preciado material como el sílex hubo de fomentar el robo
y el pillaje.
El seguimiento de los rastros es una especialidad de los animales predadores
y del hombre primitivo, que ha perdurado en tribus actuales y en el
cazador moderno.
La lógica nos conduce a pensar que en el paleolítico y
periodos posteriores una de las formas de pervivencia era la caza de
unos grupos humanos por otros, para aprovechándose de los útiles
y demás elementos depredados. En esta técnica existirían
especialistas. Si existió una técnica de la depredación,
por el lado contrario hubo de existir una técnica y evolución
de la defensa. Esta evolución de la defensa se produjo, con la
manipulación de los rastros, que igualmente podía valer
para cazar al cazador, o para despistar y disimular la ubicación
de los asentamientos y de las canteras. Por ello los residuos de comida,
piedras quemadas, fragmentos de cerámica, lascas, cenizas, etc.,
que podían ser utilizados en producir pistas falsas, había
que esconderlos y protegerlos, para que pudieran ser utilizados en la
forma y momento adecuados. Según mí opinión aquí
radica el enigma, de “los fondos de cabaña”.
Esta conclusión me llego de buenas a primeras, después
de analizar las opiniones de otros, como por ejemplo en: “Estudios
de Prehistoria y Arqueología Madrileñas”, 1982,
artículo, “<<El Negralejo>>, Un Nuevo Yacimiento
de la Edad del Bronce en Madrid” Págs. 108 de María
Concepción Blasco Bosqued, dice: <que hasta ahora ninguna
utilidad se encuentra a los “fondos de cabaña”, como
podría ser: “hoyos de incineración”, “basureros”,
“silos”, “fuegos” o los “fondo de cabaña”
propiamente dichos, nada de esto satisface los estudios que de ellos
se ha hecho>. Me vino a la mente la posibilidad que
se utilizaran los "fondos de cabaña" para quitar de
en medio restos y rastros que pudieran insinuar la presencia de un asentamiento
o actividad, restos que ponían en peligro la integridad del grupo.
Pero esto tenía un fallo, pues por mucho que se ocultaran los
desperdicios, tanto las personas, como las cabañas seguían
siendo visibles, yo sabia que la solución estaba aquí
pero algo se me escapaba, ese algo era que, contra los rastreadores
se había desarrollado una técnica del engaño, basada
en pistas falsas, conseguidas con la colocación intencional de
los desperdicios del grupo, con objeto de tender una trampa mortal para
los cazadores. El que se encuentren en los “fondos de cabaña”
de forma tan caótica, restos poco cuidados y hasta erosionados,
pertenece a la misma técnica del engaño, ya que al exterior
las cosas se deterioran y deterioradas habían de estar.